domingo, 20 de agosto de 2017

HAY QUE DAR UNA BATALLA POR EL PASADO Y POR EL PRESENTE

Los argentinos cargamos con un pasado conflictivo. El relato kirchnerista echó sal en las heridas y avivó una memoria facciosa, excluyente, que es fuente de divisiones y de enfrentamientos. Hoy necesitamos reconciliarnos con el pasado. Hay que recuperar la relación plural con el pasado, la conversación y el debate argumental. Hay que desandar el camino por el que se construyó esta máquina cultural.


Por Luis Alberto Romero - Historiador.

Las últimas elecciones han dejado más consolidado al frente gubernamental Cambiemos; sin embargo sigue necesitando llegar a acuerdos con otras fuerzas, en su mayoría de origen peronista. Las posibilidades de un buen debate y un acuerdo final negociado son grandes, pero queda una sombra: un sector intransigente que impugna cualquier transacción.

Este sector reluctante se conforma a partir de una matriz ideológica y cultural consolidada, sintetizada en el “relato”. Con él han construido un foso, como en los castillos medievales, que sirve de defensa y de base para el contraataque. Mientras subsista, los acuerdos de la mayoría que quiere dialogar, y el mismo diálogo, tendrán algo de provisorio.

El célebre “relato” bloquea cualquier discusión plural sobre el pasado, y también sobre el presente. Articula una narración de la historia que culmina en el kirchnerismo, momento fundador y revolucionario, asentado en tradiciones pasadas y proyectado hacia un futuro signado por una gigantesca letra K. La misma que hoy permanece, lejana pero amenazante, en nuestro horizonte político.

El relato ha sido obra de muchos. Quizá no abunden los historiadores de oficio, algo limitados por su apego a la verdad de los hechos, pero hay otros que se mueven con comodidad con esas versiones de la historia simplificada, acomodada y tergiversada, que conforman el amplio terreno de la memoria histórica. Historiadores populares, novelistas, cineastas, productores televisivos, artistas, periodistas o docentes trabajan con la memoria, recreándola y a la vez remodelándola sutilmente.

Pero el principal actor en este espacio fue el Estado, y quienes lo gobernaron e hicieron de la memoria uno de sus instrumentos de poder más poderosos. Entre sus múltiples recursos, el principal es la educación. No es fácil convertir a un educador en un disciplinado transmisor de discursos estatales. Pero los programas de estudio, los libros de texto, los cursos de perfeccionamiento, los canales educativos y el material producido para ser usado en clase, todo ello, usado hasta la saturación, a la larga, dejó su huella.

El kirchnerismo dejó una marca importante en otro recurso estatal: las celebraciones cívicas, los monumentos, los lugares de conmemoración, los museos. También en la televisión pública y los institutos de promoción del cine o de cualquier otra actividad cultural portadora de un mensaje.

En cada uno de estos terrenos la decisión política pesa mucho. Un buen ejemplo es el feriado del 2 de abril. La elección de esta fecha ya implica una decisión. Ese día puede conmemorarse la gesta heroica de la invasión, o bien recordarse a los caídos; éstos a su vez pueden ser considerados héroes o víctimas. Valdría la pena una visita al Museo Malvinas.

Aunque el gobierno usó libremente poder y recursos estatales, necesitó la colaboración de un conjunto de agentes intermediarios -escritores, artistas, periodistas, organizaciones sociales-, convencidos del mensaje y capaces de convencer a otros. Para reducir el riesgo de la diversidad de interpretaciones, se crearon entes estatales como el Instituto Dorrego o la secretaría de Coordinación del Pensamiento Nacional.

Wikipedia es un lugar en donde concurrieron todas esas influencias. Aunque es una organización pública y no estatal, tiene la huella de una concertada revisión de sus contenidos, para adecuarlos al relato oficial. No hay entrada referida a la Argentina que no haya pasado por el proceso de homogeneización, manipulación y a veces grosera tergiversación.

Por estos canales se instaló el relato y se ganó la así llamada batalla cultural. Recordemos sus dos componentes básicos. Uno es la historia revisionista, en su versión más populista y antiimperialista. En la Argentina, esta es la manera estándar de pensar la historia, que brota espontáneamente del sentir común.

El segundo elemento proviene de una variante del relato de los derechos humanos: una versión intransigente y radical, que progresivamente fue identificando a las víctimas con los “combatientes”. El setentismo fue el puente entre ambos elementos.

Combinar esos dos segmentos fue la clave del nuevo relato. Como en el caso del poxipol, juntos tiene un poder de convicción y de acción muy superior al de cada una de esas partes. Creo que esta ha sido una de las más notables construcciones del kirchnerismo.

Como otras, ha sido tan admirable en su artesanía como nefasta en sus consecuencias. Los argentinos cargamos con un pasado conflictivo. El relato kirchnerista echó sal en las heridas y avivó una memoria facciosa, excluyente, que es fuente de divisiones y de enfrentamientos. Hoy necesitamos reconciliarnos con el pasado. Hay que recuperar la relación plural con el pasado, la conversación y el debate argumental. Hay que desandar el camino por el que se construyó esta máquina cultural.

Para desmontarlo se necesita la colaboración de historiadores de ideas diferentes pero con la vocación de intervenir en la disputa por el sentido, en la dimensión pública de la historia. Necesitamos historiadores que miren la educación, los medios, las redes sociales y Wikipedia.

Pueden ser académicos, aficionados o periodistas investigadores. No es cuestión de grado profesional sino, fundamentalmente, de ética profesional: la honestidad y la preocupación por la verdad. La voluntad de no tergiversar deliberadamente los hechos y de controlar la inevitable subjetividad de la opinión.

La primera tarea del historiador es comprender lo que pasó, en toda su complejidad, sin apresurar el juicio moral. La percepción de la complejidad y de los matices es imprescindible para una valoración ética adecuada, que fundamente el juicio moral de los ciudadanos. También, para evitar el maniqueísmo.

El resultado de esa inquisición nunca será una única versión del pasado. La expresión del deseado pluralismo político e ideológico consiste aquí en la expresión de distintas visiones de lo ocurrido. De lo que pasó se pueden contar varias historias diferentes, pero no cualquier historia. El saber de los historiadores consiste en acotar las versiones posibles y descartar todas aquellas que se fundan en datos falsos o tergiversados, o que son el resultado de una reconstrucción caprichosa y groseramente manipuladora.

Un emprendimiento de largo plazo, llevado adelante por trabajadores del pasado honestos, bien formados y plurales, que desmonte una a una las piezas de un relato faccioso traumático, permitirá, a la larga, reconciliarnos con nuestro pasado, elaborarlo y seguir adelante.

No habrá ni una versión única, ni tampoco dos, cultivadas a ambos lados del foso. Habrá muchas, superpuestas, coincidentes y divergentes y, sobre todo, abiertas al debate y a la reformulación. Con un pasado así elaborado, podemos pensar en un futuro democrático y auténticamente plural. Y habremos ganado una batalla cultural.



NOTA: Los destacados no corresponden a la nota original.

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